Por: Christian Haward Muñoz Jiménez; Periodista, licenciado en Comunicación Social
Esta semana se dio a conocer un ranking de la ONU el cual deja a Chile como el país más “feliz” de Sudamérica según la clasificación del “World Happiness report” el cual tiene en su podio a Finlandia que se lleva el primer lugar, Dinamarca con la medalla de plata y Noruega cerrando los galardones, posicionando a la larga franja de tierra con el número 25 a nivel mundial. Clasificación más que positiva si se considera que la evaluación se realiza en 156 naciones donde los principales aspectos a evaluar son el PIB per cápita, la esperanza de vida saludable y el apoyo social.
Hasta ahí todo bien, pero desglosemos un poco la información; el primer punto “el PIB per cápita”: si bien se habla de que Chile tiene una economía sólida a comparación de otros países de la región, si consideramos que el 2014 nuestro país fue elegido como el más desigual de la OCDE, según el índice de GINI en el que cero representa perfecta igualdad y 1 es total inequidad, con una puntuación de 0,47; parámetro que es fortalecido con el informe de la CEPAL que en 2017 nos muestra que el 50% de los hogares de menores ingresos accedió al 2,1% de la riqueza neta del país, mientras que el 10% concentró un 66,5% del total y el 1% más adinerado se quedó con el 26,5% de la riqueza, vemos que el PIB no es un concepto a considerar para la felicidad, o no para la de todos al menos.
Vamos al 2do punto, “La esperanza de vida saludable”, me avocaré solo al término esperanza de vida, el cual según informaciones de la Organización Mundial de la Salud es de 80.5 años para los chilenos, siendo considerado nuevamente el número 1 en Latinoamérica, bastante bien, pero si hablamos de tercera edad no podemos dejar de mencionar un aspecto más que importante al llegar a ese punto de la vida; La Jubilación, el talón de Aquiles de una vida de trabajo, un sistema “perfectible” según comentaba el hermano del actual presidente, pero ese perfeccionamiento no ha podido llegar en cerca de 30 años de democracia, donde el 24% de los pensionados asegura que lo que recibe es insuficiente para vivir, según el estudio “Chile y sus mayores” de Caja Los Andes y la Universidad Católica.
Afortunados de aquellos que tienen casa propia y que a veces con una pensión solidaria de 107.304 pesos pueden costear algo más que remedios y comida, pero aquellos que no, se ven obligados a posponer su jubilación por cerca de 4 años en el caso de los hombres y 7 cuando nos referimos a las mujeres, como nos muestra el informe de pensiones elaborado por la OCDE el 2015, aunque siendo un poco optimistas podemos ver que en el caso de los cotizantes su pensión promedio es de 191.825 pesos -ello dependiendo de las lagunas previsionales, su género y expectativa de vida-.
El apoyo social es el tercer punto a tratar y en él quiero ser un poco más positivo debido a la gran cantidad de planes gubernamentales que existen para el emprendimiento, la salud, la educación y otros ítem importantes en este concepto que llamamos “felicidad”, el desglosar cada uno me podría llevar a hablar de las largas filas en la salud pública, una educación municipalizada que a pesar de todos los esfuerzos no ha podido competir de buena forma con la privada y emprendimientos que muchas veces terminan socavándose ante un mercado de dúo o monopolio (colusión caso pollos, confort y farmacias). Pero como lo dije anteriormente, quiero ser un poco más optimista en este tercer punto.
Desglosar cada uno de los ítems que nos lleva a ser el país más feliz de Sudamérica no es para ser el Grinch de la historia, sino para llegar a la segunda parte del título inspirado en la famosa serie estadounidense, donde Rafa Gorgory manifiesta su alegría y enojo ante una situación puntual, que en este caso es la segunda parte del titular, “una de las mayores tasas de suicidios”.
Según reportes del 2015 del INE, en nuestro país se registra un suicidio cada 5 horas, llegando a cerca de dos mil muertes autoinfligidas al año, mientras que si hablamos de la opción del suicidio el 2,2% de jóvenes entre 18 y 24 años lo han pensado seriamente, subiendo a un 3,6% en el rango de 25 a 34 años según la Encuesta Nacional de Salud del bienio 2016-2017.
Cifras que preocupan aún más al ver los números arrojados el 2018 por el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión social de la Universidad de Chile que nos cuenta que el 18,3% de los chilenos presenta síntomas de depresión, vale decir cerca de tres millones de personas.
El 2015 solo el 1,45% del presupuesto de salud estaba destinado a salud mental, a pesar de ser el mismo año cuando el Gobierno implementó el Programa Nacional de Prevención del Suicidio, el que incluía actos preventivos en establecimientos educacionales y una mayor cobertura y especialización médica en el área. “La salud mental es de bajo costo en tecnología, pero de alto costo en recursos humanos. No se requiere solo un médico psiquiatra, sino de psicólogos, trabajadores sociales”, fueron las palabras de Mauricio Gómez, jefe del Departamento de Salud Mental del Ministerio de Salud, en una entrevista realizada por el diario La Tercera en febrero del 2017, donde afirmaba que para dar una mejor cobertura se necesita entre el 5 y 6% del presupuesto, el cual debería ir destinado exclusivamente a programas de salud mental.
He tenido la fortuna de trabajar en distintas labores ligadas al rubro de la minería, la construcción, el servicio público y el retail, entre muchas otras, pero en ninguna de ellas he visto que dentro de los profesionales que conforman las áreas de trabajo se encuentren especialistas en la salud mental, siendo que tenemos cerca de un 60% de la población que sufre o ha sufrido de depresión laboral.
Esto no es un tema netamente laboral, las relaciones personales, las de pareja, el exitismo y una sociedad que nos lleva al consumismo son factores que pueden hacer tomar decisiones drásticas a quien tenemos al lado o incluso a uno mismo.
Es tiempo de dar el valor que merece la salud mental, es tiempo de que el Estado se haga parte de este problema, pero principalmente que cada uno realice una autoevaluación y acuda a ayuda profesional de ser necesario, ir a un sicólogo no es estar loco, es buscar la manera de llevar una mejor calidad de vida, quien sabe si alguna vez preocupándonos de verdad por este tema lleguemos a ser realmente el “país más feliz de latinoamérica”.